Las personas, al proyectar en los demás sus propios fallos o sombras de su personalidad, trasladan la atención a la conducta ajena, sin darse cuenta, ni reconocer que están proyectando en otras persona sus propios errores o zonas oscuras.
Lo que en psicología se denomina proyección es un mecanismo de defensa de la mente.
Todos rechazamos alguna parte nuestra que no nos gusta, nos hace ‘malos’ o ‘poco válidos, y en la proyección encontramos un camino rápido y sutil para esconder esas actitudes o rasgos que consideramos incorrectos.
Al culpar a los demás en lugar de reconocer nuestras imperfecciones y carencias, nuestro ego se mantiene a salvo.
Según la psicóloga clínica la proyección consiste en atribuir los defectos, dudas, miedos o emociones propias a otra persona. Este mecanismo defensivo tan común, además de causar problemas en las relaciones, es muy difícil de detectar al ser inconsciente para quien proyecta y quien sufre la proyección.
Según la psicología del Yo los mecanismos de defensa pueden ser clasificados según cuatro criterios: Narcisistas, neuróticos, maduros e inmaduros.
La proyección, consistente en colocar en el otro lo que en realidad es propio hecho, es uno de los tres mecanismos Narcisistas, junto con la negación se trata de negar directamente una realidad que resulta obvia y la distorsión atribuirse cualidades exageradas a uno mismo o a los demás.
Según especialistas, la psicoterapia Gestalt propuso técnicas para promover la integración de esas zonas de nosotros mismos que no queremos ver, a menudo asociadas a emociones de las denominadas negativas, como la ira, la frustración, la envidia.
En el momento crítico en el que la emoción va a aparecer usamos el mecanismo de defensa que nos desconecta del sentimiento, el pensamiento, el deseo…Y nos marchamos del presente, nos dormimos, intelectualizamos, fantaseamos, y rápidamente acude a ayudarnos la neurosis salvadora.
Para evitar o, al menos reducir la necesidad inconsciente de proyectarse en los demás, Barja aconseja reconocernos como somos, con nuestros defectos y carencias, sabiendo que nadie es perfecto ni absolutamente correcto; eso supone un gran alivio.
Para lograrlo es imprescindible querernos y aceptarnos tal cual somos, dejar de mirar tanto al otro y ocuparnos más de nosotros mismos, ya que cuando nos protegernos y nos respetamos desaparece la necesidad de reclamar la atención ajena.