En las personas adultas, cuando el cerebro detecta una circunstancia estresante, enseguida actúa una hormona conocida como TPH, que es la encargada de reducir la ansiedad.
En los adolescentes, esta misma sustancia tiene un efecto paradójico; les genera aun más estrés. Un estudio de la universidad de Nueva York comprobó esta inesperada reacción química en el cerebro del adolescente, que provoca una respuesta tan frustrante para el joven como para los padres.
Aunque los investigadores todavía no aciertan a explicar por completo esta consecuencia, lo más probable es que se deba a la fluctuación hormonal propia de esta etapa vital.
En la adolescencia los jóvenes van aprendiendo a diferenciar entre lo bueno y a manejar su libertad e independencia; por tantos cambios hormonales, de responsabilidad y de forma de ver las cosas, su humor para del enojo a la euforia en un segundo, son herméticos, reflexivos o exageradamente platicadores.
Como padres debemos orientarlos y lo más importante, ser un ejemplo. Quizá piensas que no te escuchan, pero ellos ven tu conducta, y tarde o temprano asumirán los aprendizajes precisamente por la plasticidad que tiene su cerebro.